Relato IV




Concurso de RELATOS DE VIENTO, de Zendalibros


Cantarle al viento

    Silbaba desde temprano, a deshora incluso.  Entonado, eso sí, porque de tanto hacerlo la afinación era exacta, los soplos bien medidos, los silencios para respirar, el ritmo. 
  Aprendió a fundir campanas, como él aseguraba orgulloso,  cuasi a la par que daba sus primeros pasos, vigilado de cerca por su padre, a quien, a su vez y pese a la experiencia, no perdía de vista el abuelo.  Porque el oficio no se descuida; se quiere y se mima, se trabaja.   Manos callosas aunque sabias. 
  Con cada nueva campana creó sus propios ritos, esos que imprimían un sello único e inolvidable a sus delicadas e irrepetibles criaturas; tan suyos que con él se fueron y ninguno de sus hijos, campaneros también, hemos sabido heredar.  Las mimaba con silbidos y caricias, tarantos y coplillas cuyas letras hablaban de muestras de amor y libertades, de presidios e injusticias, de fuentes y caños, trigales y vendimia, de aceituneros. 

  Y al darles nombre, a cada una el suyo, les suplicaba un “cántale al viento” como bautizo, en un susurro apenas perceptible camuflado por los ruidos del taller.  Aún hoy, entre los repiques de la campana de la ermita nueva del Ejido, la última creación que le permitió esta vida,  la que solo tañe en días de fiesta o romería, creo distinguir sus características tonadas. Como las que envolvieron el forjado incandescente acariciado por el barro y las mejores y más expertas manos que jamás tuviera un artesano. 


R. Elena Molano Gil

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